Que llevo años intentando salvarle la vida a alguien.
Y todavía no he sido capaz de salvar la mía de tu exterminio.
Que tu boca no se hizo en principio para la mía.
Ni tus desvelos para ninguna de esas a las que dedicas poemas.
Pero llegados a este punto indistinguible del camino,
deberíamos pensar en guardarnos las manos en los bolsillos.
Y los pensamientos enjaulados entre los dientes.
Que duele verlos salir a pasear y volver al instante,
asustados ante tanta indiferencia consentida.
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