domingo, 18 de abril de 2010

18 de abril


Cubro tus humedades con sábanas blancas. Nadie tiene por qué saber que te ensucio las esquinas y después me da pereza barrerlas. Nunca se me dio bien recoger mis pedazos. Y mucho menos si los tengo que arrancar de tu espalda.

El saberme dentro de ti se me presenta extraño. Estelar, habría dicho hace algunos meses. Hoy se me tercia diferente. No consigo emparejar tanto placer con mi corporalidad. Me sobrepasa. Para la próxima espero que me pille en otra nebulosa.

Te tengo entre mis piernas. Nada malo pasa. De hecho no pasa nada. Consigues dejarme la mente en blanco y la mirada negra. Como sucia, pero no. Desde allí te bebes mis suspiros y acaricias mis temblores hasta que se agotan con estrépito. Ya no hay vuelta atrás. Mi único remedio ahora eres tú.

Respiras mis miradas, que no matan pero bien podrían. Mi principal enemigo: el sueño. Que te atrapa y te desgarra de mí. Y me deja fría por fuera. Como un trozo de hielo en una caja de cerillas. O se encienden las cerillas y se derrite el hielo o se derrite el hielo y estropea las cerillas.

Y cuando ya no hay más que dar, cuando no me queda más sangre que la que te doy, ni más aire del que te dejo respirar, ni siquiera más espacio entre tú yo, ahora, háblame de lo que te venga en gana. Miénteme. Discúteme de lo que se te ocurra. Defiende tu 21 contra mi 6. Dime que no estás enamorada de mí. No me importa. Todo eso se ha quedado en la tierra. Y yo hace tiempo que ya no la piso.

1 comentario: